Hay que tener en cuenta que no cualquier terreno es apto para el cultivo de la trufa y, además, se requieren también unas condiciones ambientales y climatológicas determinadas.
La trufa crece en suelos calizos, en las raíces de varios árboles típicos de algunas regiones mediterráneas, como las carrascas. Al ser un hongo hipogeo o subterráneo, se suele encontrar a unos 25 centímetros bajo tierra.
Una vez madurada y cuando está lista para su recolección, contamos con perros truferos, adiestrados desde pequeños, con los que vamos al campo y van olfateando y rastreando las trufas. Una vez las encuentran, las marcan rascando en la tierra con las patas delanteras hasta que se les indica que deben parar para evitar escarbar demasiado y dañar el hongo.
A continuación, y gracias al marcaje de nuestro perro, cavamos y buscamos la trufa con la ayuda de un machete. Este proceso es muy delicado y se debe hacer de manera muy cuidadosa para evitar romper la trufa. Una vez desenterrada, tapamos de el pozo con la misma tierra y, después de enseñarle la trufa, premiamos al perro.